lunes, 26 de diciembre de 2011

Paséo por el Siglo XXI (parte II)

Dinero

Me llevé la primer sorpresa de la noche, al pasar frente a una construcción distinguida entre el resto de los edificios; una fachada de mármol que parecía venirse encima de mí. No había árboles que taparan esa fuerte construcción y las luces eran notablemente más brillantes que las del resto de los edificios. Cámaras como ojos mantenían la vigilia, cuidaban el lugar. Me pregunté por qué esa construcción era más fuerte, imponente y llamativa que el resto. Un discreto pero no por eso serio cartel me informó que se trataba de un banco, el sitio donde la gente deposita lo más preciado que adquiere en vida, el lugar que permite cumplir sueños, el lugar que te permite ser una persona segura, querida, discriminativa y violenta. (Borrar las últimos dos de la mente).

Este encuentro cercano con la humanidad en progreso, sirvió de empujón hacia la aventura, fue el inicio de mi irritabilidad y desconcierto, fue la primer bocanada de tabaco en la muerte de un ahogado.

Al pasar el área de casas relativamente bajas y normales, si es que la normalidad todavía los deja tranquilos, empecé a transitar la zona de vida nocturna. Ahí quería llegar, para analizar más de cerca el mundo del histeriquéo y el amor moderno de la gente cool. Lo primero que noté al adentrarme en la estética zona comercial, fue el poder de invasión sobre terceros que llegó a tener el hombre, y que esa invasión esté estrechamente conectada a la concepción de belleza que venden los medios masivos de comunicación de la mano de la puta (digo… PURA) publicidad, que sabemos, todos han de tomar como objetivamente real (Existe la objetividad? Existe la realidad? Sssshhhh, no seas idiota querés) me produjo bastante asco (¿¡Botón de vómito a voluntad, donde estás!?).

Fila de metros de tres cifras para entrar en los boliches más exclusivos de la zona, me paro para mirar a la gente de cerca y me encandilan colores brillantes, brillantes brillantes, y miles de accesorios de oro que me demuestran que al fin y al cabo en los bancos se puede confiar… Aunque me pone un poco en duda el nene de menos de diez años que viene a pedirme una moneda vestido con harapos…

-¿Cuánto pagas la entrada al boliche?- pregunto a una señora de más de cuarenta que más allá de las diferencias habla mi mismo idioma. –Doscientos- responde alegre y entregadamente y mira de reojo alrededor. –Gracias- dije mientras mi mente imaginaba esas filas de gente el bolsillo del nene de los harapos.

CONTINUARÁ INFINITAMENTE...

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